Sobre dioses y seres monstruosos
Del mito a la teratología I
Aquellas entidades 'protegían' durante la noche, orientaban nuestros actos y 'favorecían' la productividad a cambio de ofertorios - sean humanos, animales o vegetales- en el marco de sofisticados rituales. Aquellas entidades 'hablaban' a través de sus vicarios, y eran ellos quienes comunicaban las buenas nuevas o la fatalidad. Esto les daba poder, estatus y, en consecuencia, respeto o temor. Durante la edad media, esta tendencia produjo un magnífico círculo cromático de seres extraordinarios a quienes debíamos atención. Aquellos eran la respuesta asertiva de los intelectuales dela época en contra de ciertas convenciones (véase la obra de Jerónimo Bosco o los teratos descritos por el Dante en La Divina Comedia) : respondían a la necesidad de ruptura con lo ortodoxo. Y, además, establecer mecanismos de control moral sobre el imaginario colectivo. Generaron todo un hábitat ideal donde, hasta el día de hoy, discurren esas criaturas ¿o artificios?
Los monstruos alcanzaron la categoría de dioses y, posteriormente a causa de sus extraordinarias cualidades y a la propiedad germinativa del tiempo, fueron elevados a la Cúpula de las Leyendas y Mitos, iniciándose así costumbres, rituales y doctrinas. Aseguran nuestra prosperidad o vagan en la oscuridad, condenándose a la incomprensión del Cielo, excluidos del derecho a reintegrarse al seno de las Inteligencias Angelicales. Pero veamos porqué.
Sus formas, enteramente alegóricas, pueden deformarse por voluntad de los Períodos evolutivos. Se mantendrán fieles a las modas y prejuicios de las épocas, sujetos a los cambios anímicos y filosóficos del hombre. Sus imágenes sensibles, en la Historia, serán trastocadas o refinadas según los intereses sociales. Y es aquí que asumirán su papel con eficiencia: ser el reflejo de nuestra Identidad, explicar los fenómenos de la Naturaleza o regentar el espacio de nuestro Imaginario. Algunos devendrán como consecuencia de la tendencia sectaria de las interpretaciones no sólo de los Hechos, sino también de los Textos o Testimonios del paso de los tiempos. Aún así, el Arquetipo, libre de las figuraciones externas, sobrevivirá a doctrinas y masacres, en el inconsciente, inexorable ante el curso del Tiempo y a la influencia de nuestras actitudes o intereses, particulares.
Aquellos -héroes, demonios o santos-, se transmutarán en criaturas inicuas -o inocuas, según sea el caso- cada período de tiempo. Un ejemplo: el mito del vampiro, convertido ahora en el romántico por excelencia. Podemos citar también al creador de Pinoccio, Gepetto, quien a través de las Eras y las mitologías puede trocarse en un Víctor Frankenstein o en el Moderno Prometeo, creador de abominables máquinas destructoras, posibles responsables del final cataclísmico de nuestra Era.
El monstruo está aquí para vigilar que esto ocurra. El hombre y su sociedad le ha otorgado esa función, y el tiempo los cubre con sofisticadas e insólitas vestiduras, figuraciones externas.
En sus diversas e ilusorias formas, el condenado hijo del hombre, el Mito, corporiza en el Lucero de los amaneceres: Mercurio. O en la estrella de la noche, Venus. En el Buda resplandeciente ascendido. O en el Maestro de las culturas precolombinas, el Amaru. En el Apolo, soberbio sol vencido por Ares. O, por qué no decir, Abel, un hermano bueno y complaciente, y por ello objeto de envidia y de odio, muerto a manos de su prójimo: Mikail, el príncipe Campeador que lo condenaría por orden de su Padre IEVE.
Quizá por eso, mucho tiempo después del crimen de Caín, Lennon moriría en manos de Chapman, su hermano, completándose así el círculo de lo trágico: Prometeo condenado a padecer eternamente la gula de los dioses, sólo hasta que la natividad de Cristo lo liberase.
Si nuestro deseo es comprender mejor la Dimensión humana –o inhumana- de los arquetipos, dejemos de lado trivialidades, dado que, sólo despojándonos de aquello que no es útil para nuestro progreso como especie, favoreceríamos la expansión del espacio sensible que sugieren estas escrituras. Explicar que existe belleza en la deformidad.