Friday, May 05, 2006

Carnavales de Venus


Todas las culturas celebran el advenimiento de ciclos celestes y terrestres, como la primavera o el año nuevo. La fecha del año que conmemora los nacimientos y las muertes, el inicio de un ciclo o su final. En aquellas mágicas celebraciones, el tiempo se restaura y la vida se regenera una vez más, continuando su giro o danza, eternamente, a través del espacio sideral.

En la antigüedad, los jefes de las comunidades que buscaban, con el favor de los dioses, activar la calidad germinativa de la tierra, establecieron un día para el absoluto solaz de los sentidos. Dionisos, el dios heleno de la juventud, el vino y el éxtasis místico - en su infinita sabiduría - instauró su propia fiesta: transformó el culto natural de los sentidos, que durante un tiempo desequilibró el orden social en Asia, en un ritual de redención, en un día dedicado a embriagarse con el cuerpo y con el vino. Y el pueblo así lo aceptó.

Estos desbordes humanos expresaron alegorías sexuales más o menos veladas referentes a la unión cósmica entre el cielo y la tierra. Esta práctica ritual, en su clímax, se tornaba voluptuosa. Develaba un lenguaje alusivo a la sexualidad. La presencia de la mujer, indispensable en esos ritos, evidenciaba su background erótico.

La mujer es siempre el eje de estos fastos. Sin ella, simplemente no habría razón para celebrar. En determinadas épocas del año, se escogía a la mujer más bella de la comunidad para simbolizar una diosa. La muchacha escogida debía ser en verdad virtuosa. No era elegida para alabar un particular ego, sino para encarnar el principio femenino universal.

En algunos lugares, como en África y Asia, alzaban varas o troncos adornados con guirnaldas en representación de una fuerza fálica que inseminaba la tierra y generaba su fertilidad.

Azotar las piernas desnudas de las muchachas con pequeñas ramitas o con juncos era un ritual de invocación a la fuerza germinativa de la naturaleza. Esta práctica, realizada con sutileza, es un activador erótico, pues favorece la circulación de la sangre sobre las zonas estimuladas.
Y es que el erotismo es un elemento natural de muchas festividades, tanto como la música y agentes embriagantes como el soma y el vino.
Desde sus orígenes, en este tipo de cultos festivos se busca la transfiguración de los sentidos, reafirmar la condición humana y su continuidad; por ello, la entrega debe ser total.

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